Por: Johanna Carolina Bula
Las casas mágicas, esas
que Disney se encargó de mostrarnos en nuestra niñez existen, no son cuento…son
una realidad bastante peculiar, existen en el concepto, existen para algunas
personas, más específicamente para algunos miembros de esas casas.
En las casas mágicas, la ropa está lavada y doblada; la comida está hecha con lo que haya a disposición y gourmet o no, sirve su propósito de alimentar.
En las casas mágicas el polvo y
la suciedad se mantienen alejados, porque la escoba y el trapero cumplen su función
de dejar impecable cada espacio, procurando el bienestar de quienes habitan la
morada. Las camas con sabanas limpias y tendidas son parte de la cotidianidad y
las actividades de entretenimiento son echadas de menos, solo cuando no están planificadas.
En las casas mágicas,
todo se encuentra en relativo orden y las cosas tienen su lugar, de acuerdo a
su utilidad y propósito; hay servicio de costura, de enfermería, de psicología,
de planeación de eventos, servicio de consultoría de imagen, de resolución de
conflictos, entre un largo etcétera.
En las casas mágicas, el
cansancio de la mayoría y la flojera es excusa suficiente para no hacer las
cosas que corresponden, pues de todas formas hay alguien que lo termina
haciendo, ya que a la magia de la casa no se le permite usar la misma excusa.
La magia de esas casas,
son las miles de mujeres que se dedican a trabajar sin descanso en las labores
no remuneradas de limpieza y cuidado; se sostienen en los brazos cansados y
atiborrados de mujeres que educadas en la obligación de la atención de todos
menos de ellas; esas casas mágicas, son el lugar donde se pierden los sueños y
se reducen las posibilidades de crecimiento laboral de las mujeres que se echan
encima todas las tareas domésticas, mientras el resto de los miembros nada o
poco hace.
Y que sea una situación a
nivel mundial, indistinta de credo, de raza, de clima, de ubicación geográfica,
nos habla fuerte y claro de cómo es un sistema estructural, que busca mantener
a las mujeres a raya, haciendo lo mínimo por ellas y sus ambiciones; que las
formó en una mentalidad esclava del servicio y el sacrificio como forma de
amor; porque una mujer ocupada con la escoba poco tiempo y energía tiene para
hacer de ella su mejor versión.
Las casas mágicas carecen
de encanto para quienes cargan con el peso de hacerlo todo hasta el punto de
quedarse sin ellas mismas. Las casas mágicas son todo menos magia, para las
mujeres que ni siquiera pueden permitirse descansar un malestar o que deben
hacerse cargo de todo y todos atravesando una enfermedad.
Por un mundo con menos
casas mágicas y más personas funcionales que contribuyan en todas las labores
que implica la vida, entre ellas, las asociadas a la ejecución de labores domésticas
y de cuidado. Porque tener útero no viene con la habilidad de limpiar y carecer
de él no imposibilita saber hacerlo.
Las casas mágicas existen
para seguir contribuyendo al terrorífico imaginario de que la medida del amor
de las mujeres es de cuanto sacrificio son capaces.
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