Me encanta que me “expliquen” cómo ser mamá

 

Me encanta que me “expliquen” cómo ser mamá, al parecer, eso que he estado haciendo desde hace 12 años no cuenta o mi hija es una fantasía de mi cabeza...

A pesar de YA tener una hija, hay personas que intentan explicarme cómo es ser mamá, lo que pasa en las etapas del embarazo y lo que viene después del parto, ya resignada sonrío con pocas ganas y finjo atenta escucha, aunque la verdad me producen fastidio tantos consejos y opiniones no solicitadas. 

Estoy mamada de “opiniones expertas” de personas que usando un tono de superioridad moral, intentan aleccionarme sobre la maternidad, la vida en pareja después de los hijos y la vida misma con hijos. En especial porque cada persona es distinta y las cosas que a ti te parecen maravillosas, a otros nos pueden resultar pendejas o absurdas y viceversa.

No me interesa ser la mamá perfecta, ese desperdicio de energía empleado en satisfacer los estándares ajenos, me causa repulsión y por qué no admitirlo, mucha pereza.

Tampoco voy por la vida ofreciendo consejos de maternidad no solicitados, uno porque no me corresponde y dos es una falta de respeto en contra de la autonomía con la que cada cual decide criar a sus hijos. Siendo esto limitado a pautas de crianza que no atenten contra los derechos del menor.

Pocas personas dan consejos con amor o los dan con buenas intenciones, intentan ubicarte dentro de un molde, señalarte hasta donde en su forma de ver y hacer las cosas tú puedes hacerlas, para que esas mismas personas puedan aprobar tú desempeño, medido con la escala que se han inventado.

Definitivamente la maternidad es esa área de la vida, en la que siempre estas debiéndole algo a alguien, porque por donde se quiera mirar, uno entra con la evaluación perdida.

Opinan desde el nombre que le quieres poner a ese bebé, sobre la fecha en la que debería nacer, sobre la forma en la que vas a parir… y no has parido y ya te están jodiendo la vida con un listado de sugerencias de colegios que no has pedido.

Los hijos no son del pueblo, son de uno, no son de los abuelos, ni de los tíos, ni de más nadie.  Nadie carga con las consecuencias de los nefastos consejos no solicitados.

 

LA MATERNIDAD SERÁ DESEADA O NO SERÁ



Por: Johanna Carolina Bula 


Y no es precisamente una defensa del derecho humano a la interrupción voluntaria del embarazo.

En esta oportunidad, realmente voy a hablar desde mi experiencia con respecto a la maternidad  intentando ser lo más franca posible, porque sé que entre las personas que me leen está mi hija. Habrá a quienes le cause sorpresa, pero todo lo que de mí se ve en mis letras, lo enseño en mi casa, porque no se puede andar con un doble discurso (que no es limitante para cambiar de opinión sobre determinadas cosas si así se quisiera), porque ser coherente no es ser obtuso.

A mis 33 años y viviendo el segundo trimestre de un embarazo, puedo comparar la maternidad desde dos etapas de la vida y circunstancias muy diferentes entre sí, pareciera irrelevante pero no lo es.

A mis 20 años tuve a mi primera hija, una etapa de la vida, en la que crees saberlo todo, que se siente con las vísceras y no se racionaliza demasiado sobre lo impredecible del futuro, luego a los 30 descubres que nunca has sabido mucho, que básicamente viviste en modo prueba y error, que tuviste algunos aciertos, que fueron dándole forma a tus criterios, o por lo menos puso algunas bases.

Estar en capacidad reproductiva o tener hijos, no te da otra cosa que eso, sin ponerle más adornos. Se nos ha metido en la cabeza que las mujeres nacemos para ser madres y tenemos una especie de programación que se activa automáticamente al momento de quedar embarazadas, en la cual anularnos es parte fundamental de esta. A los 20 entendí la maternidad como sacrificio, como renuncia, porque hasta el cansancio escuché las mil quinientas cosas a las que ya no tenía derecho, emociones que no podía sentir, experiencias que no podía vivir, ropa que no podía ponerme. A partir de la llegada de un nuevo ser, se pretende que la vida de una mujer se desdibuje hasta no ser sino una sombra, hasta reducirse a ser mamá y una que a la que no se le puede permitir ser feliz más allá de sus hijos.

Ya no tenía derecho a divertirme, a ser feliz, a aspirar más allá de lo que me imponían, tenía que mantenerme en un estado de perpetua infelicidad y vigilancia, siendo criticada y cargada con todas las responsabilidades de cuidado, me culparon por las enfermedades de mi hija, me señalaron por querer más que la maternidad, se inmiscuyeron en mi sexualidad, como si tuvieran un sagrado derecho sobre el cuerpo o las decisiones ajenas. Me culparon por lo malo que pasaba en el matrimonio que tenía en ese momento, porque entre otras cosas, no saber soportar y no conformarme con un matrimonio de mierda, era parte de mi problema.

Durante mucho tiempo, sentí que ser mamá era estar doblemente condenada, como si no fuera suficiente la condena de ser mujer.

Sobra decir que el embarazo no fue planeado, pero que no rechacé cuando descubrí mi estado. Hemos crecido juntas y durante mucho tiempo fuimos una feliz familia de 2 (no espero romantizar la maternidad, ni que esto sea un testimonio en contra del aborto, porque no lo es, el aborto es una decisión personal, respetable y autónoma de cada mujer).No sé si es que no sabía todo lo que se venía con la maternidad y me ganó la ingenuidad, a veces considero que sí. Pero mi maternidad a los 20 años fue un proceso de aprendizaje que al día de hoy continúa. Hubiera querido hacerlo mejor, saber las cosas que sé hoy, pero a pesar de los incontables tropezones y aunque hay días que no sé quién desespera más a quien, estamos y hemos sido durante 12 años.

Decidir tener un hijo después de los 30 ha sido una situación completamente diferente, es precisamente eso, una decisión consiente de dos personas adultas y no es nada despreciable el hecho de traer al mundo un hijo con un buen hombre. Yo la puse clara y el no esperaba otra cosa, lo criaron distinto y se ha educado para no ser un cretino. Una buena pareja ha hecho una gran diferencia.

Cuando nos conocimos, tuvimos hasta la conversación de que era mejor que no siguiéramos saliendo (y por esa conversación me refiero a un monologo de mi parte) él quería hijos y yo no, estuvo atento a todo lo que yo tenía para decir y escuchó sin juzgar, tampoco intentó convencerme de lo contrario.  Me demostró que con hijos o sin hijos era feliz conmigo y lo llenaba nuestra relación.

En mi vida hubo cretinos de concurso, así que por más que yo supiera que merecía una buena pareja y que mi esposo no ha hecho nada que me haga pensar que no lo es. A nivel personal tenía una desconfianza absoluta sobre las personas y sus verdaderas intenciones. Mi asunto nunca fue de no querer hijos por odiar a los niños, mi aversión a la maternidad vino con las experiencias vividas durante mi primer embarazo y todo lo que siguió después.

Yo no quería saber más de renuncias y sacrificios; no quería un nuevo grillete. Porque quienes te rodean te pueden hacer sentir que es eso es la maternidad: un verdadero infierno que tienes que soportar sola, mientras que al hombre su vida se le mantiene intacta; en que “brinda ayuda” siempre y cuando esté de ganas, en que mira y busca a otras mujeres que no cargan en el vientre un hijo que cambia su cuerpo; en que pasas sola por exámenes médicos y te tragas emociones porque a tú pareja no le interesa. Que entre los consejos no solicitados están lo de “no te engordes” porque muchas personas creen que manteniéndote flaca, logras retener el interés de un marido. En el que cada aspecto de tú vida es juzgado y cada derecho, sueño, aspiración te es arrebatado, disminuido o ridiculizado en nombre de la maternidad.  Es vivir varios tipos de violencia con múltiples agresores.

Entre una cantidad interminable de cosas, que terminan por convertirse en una carga muy pesada de soportar.

Mis nuevas circunstancias son distintas, hicimos un matrimonio a nuestra medida y de la misma manera llegamos a la decisión de agrandar nuestra familia, con su forma de ser y estar no necesitó un discurso para convencerme de nada que no quisiera hacer. El simplemente me ha dado lo que tiene para dar y eso se traduce en un amor bonito, uno que no ata. Nos hemos dado el apoyo mutuo para retomar sueños individuales y plantearnos otros nuevos en pareja.

Y se lee rápido, pero fue un proceso personal, de replantear la maternidad tradicional impuesta, olvidar Prejuicios, mandatos sociales y familiares machistas y absurdos, para darle cabida a una concepción de maternidad consciente, respetuosa, compartida, y tanto nos gustó que nos metimos de cabeza en esta aventura.

Cometeré errores nuevos, seguiré ignorando a los moralistas y a las madres perfectas, seguiré siendo la que usa escote, que baila como loca nueva, que canta feo pero con sentimiento, que ríe a carcajadas, que tiene tatuajes y cero interés en encajar en algún lado. Lo que ya no soy es una esposa infeliz, una madre esclava, ni una mujer con miedo de mostrarse al mundo como es, ni de criar como le da la gana aunque los murmullos de reproches sigan sonando alto pero esta vez a mis espaldas, donde siempre debieron estar.

La maternidad se dio deseada en ambas ocasiones, aunque con circunstancias tan opuestas como la persona que era en ese entonces y la que soy ahora; la primera vino sin planearse, la segunda fue todo un proyecto. La maternidad será deseada o no será, para que se pueda disfrutar, para que se pueda ser feliz en medio del agotamiento que consigo trae, que no dependa de los tiempos, ni deseos de otro o de estados que infantilizan a las mujeres con leyes sobre sus propios cuerpos. Y que ese deseo, no parta de un capricho o del desconocimiento de la realidad, que sea un deseo sustentado en decisiones meditadas y circunstancias que sean idóneas para la criatura que viene y para la madre que crea.

 

 

 

El principito

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