Esa es la
idea que nos venden, es lo que desde pequeñas vemos en nuestras casas y en los
adultos que nos rodean.
Cuando somos
niñas, las limitaciones nos generan fastidio, quisiéramos no tener nunca que
sujetarnos a los mandatos e imposiciones de otras personas, por algo la mayoría
de las niñas dice no querer casarse cuando sea grande y en la adolescencia dice
no querer tener hijos, porque son observadoras en primera línea de como su
madre es la que asume un montón de tareas de cuidado y del hogar, mientras hace
malabares para equilibrar otros aspectos de su vida.
Es a la
madre a la que vemos cambiarse de ultima, hacerlo de prisa, salir con lo
primero que agarra del armario porque está pendiente de los demás.
Es a la
madre a la que vemos, aun sin saber el término que le da significado,
desplazada por los deseos y el tiempo de los demás.
Es la madre quien se descuida en su aspecto porque su cansancio no le da tregua y la vanidad queda relegada a uno que otro compromiso social, en el cual el marido no hace sino admirar a las demás mujeres.
De niñas
nos enseñan a callar, a hacer menos ruido, a ser complacientes, a poner los
deseos de los demás primero, a ser ignoradas, a no ser tomadas ni en serio, ni
en cuenta.
El día a
día nos muestra que el hambre, el cansancio, el fastidio y el enojo son válidos,
si los expresa el padre, pero la madre es juzgada como intolerante o se le
cuestiona la cantidad de amor que le tiene a la pareja y a los hijos si
provienen de ella.
Y durante
bastante tiempo, no lo queremos, rechazamos ese estilo de vida, que de alegre
tiene poco. Porque nadie quiere ser infeliz y miserable.
Pero también
y todo sucede al mismo tiempo, nos dicen que solas no somos nadie, que estamos
indefensas ante el mundo sin marido, que nuestro estatus depende de ser la
señora de la casa de alguien, que la meta dorada son esos pocos momentos de
felicidad fingida en eventos y ante la mirada de los demás, porque la realidad
es que el matrimonio es una cárcel a la que debes buscar entrar y hacerlo con
una sonrisa en el rostro, pero nadie en su sano juicio quiere ir a la cárcel.
¿Tiene el
matrimonio la culpa? Durante mucho tiempo creí que sí, que el problema era la institución
del matrimonio, porque me dijeron que el sufrimiento era parte de las
relaciones de pareja, que en el nivel que aguantaras los malos tratos con una
sonrisa, eso era la cantidad de amor que se tenían.
Que la sumisión
femenina era la medida del amor, que la obediencia era una característica noble
en las mujeres, que de ella dependía el matrimonio y que se tenía que hacer
cuanto se pudiera, aun si esto era perder la dignidad, para conservar el
estatus de la institución del matrimonio.
Nos dicen que cuando seamos viejas, seremos felices, porque el hombre en la vejez deja de buscar mujeres por la calle.
¡No sé qué tiene de atractivo desperdiciar
cualquier etapa de la vida en espera de que al otro le dé la gana de no
jodernos y asumir su parte en un vínculo que es de dos!
Lo que yo
entendía por matrimonio, era el fin de la libertad, de los deseos, de la autonomía,
de los sueños, del amor, del romance, del disfrute. Yo creía que ser una buena
esposa era renunciar a mí y dejarme de ultima para poner de primero a los
otros. Que las mujeres son felices si los demás están felices, aun si eso es
ser muy muy miserable. Me convencí por lo que vi y lo que me enseñaron que el
matrimonio era la muerte del amor y la fuente del sufrimiento.
Pero la
vida me hizo curiosa y los libros siempre han sido mi tabla de salvación, una
parte de mí se rehusaba a esas dinámicas, a estar presa en esa cárcel.
Emprendí
un camino largo, uno difícil, en el cual fui juzgada, maltratada, me
hicieron sentir que no tenía razón, porque mi entorno tenía sus bases puestas
en esos mandatos y desmontarlos era una afrenta al grupo familiar. Me sentí por
un tiempo desconocida, pero eso me permitió re armar de mi implosión, unas
bases nuevas con dinámicas diferentes, más sanas, más humanas y feministas.
El matrimonio
y las relaciones de pareja no son una cárcel, por si mismas, las relaciones las
construyen las personas que en ellas, se involucran. Y así como reconocemos que no hay personas
iguales, ni formas de relacionarse únicas, no podemos catalogar al matrimonio
como una sola cosa, que no admite modificaciones o que tiene una única receta. Que
no es una cárcel o una fuente de sufrimiento, que no se trata de maternar a un
adulto incapaz, ni de servir de trapo de cocina a un ser emocionalmente
inmaduro.
Hoy vivo
la relación que quiero, porque me tomé el trabajo de quererme a pesar de mis
defectos, de que entendí que, así como soy mis cosas buenas, también soy las
malas. Que mi historia ha sido un proceso de aprendizaje, que hoy a mis 33 años
puedo decir, que, a pesar de muchas cosas, he hecho las cosas a mi manera y esa
manera no siempre fue fácil; que sí era rebeldía, pero de las que liberan, no
siempre conté con apoyo o compañía y mis decisiones no siempre fueron las más
acertadas. Pero nadie viene con la vida resuelta, ni las respuestas correctas,
toca irlas encontrando en el camino, algunas lecciones vienen de grandes
dolores, otras de inmensas alegrías.
Esas lecciones
me hicieron apartarme de la idea de amores que duelen, de amores que rechazan,
que critican, que empequeñecen, amores que no son amores, porque entendí que el
verdadero amor no duele.
Que el
romance en el amor es maravilloso, cuando se da entre personas que se procuran
la felicidad y el bienestar mutuo. Que la libertad es empoderadora y lo, es
más, cuando se comparte en un proyecto de vida en común, que no limita ni
desconoce los de las personas involucradas.
Que
aguantar no es sinónimo de un buen matrimonio o de amor y que todas las razones
que me habían dado para estar en pareja, son las razones para no estarlo.
El
matrimonio es una cárcel cuando hay luchas de poder, cuando hay malos tratos,
cuando hay violencia en cualquiera de sus manifestaciones. Es insoportable
cuando debes renunciar a ti, para mantener el vínculo.
Nadie puede
ser feliz dejándose de lado; nadie puede dar amor sano, si no se lo ha dado a sí
mismo y nadie debería amar al otro por encima de su amor propio. No sé es mejor
pareja si el otro está por encima de ti, sé está mejor en pareja, cuando no
negocias tu esencia, cuando ambos procuran no tener comportamientos contrarios
a la ética.
Y la ética
juega un papel muy importante, es lo que determina nuestras acciones y lo que
hace que estas no sean dañinas ni perjudiciales para uno mismo y para el otro.
No me
interesa que crean que tengo el matrimonio perfecto, o que tengo la ecuación
infalible en cuestiones de relaciones de pareja. Quizá no sea para siempre o
quizá si lo sea, pero mientras lo sea, procuraré seguir trabajando en mí para
ser feliz y compartir con mi pareja esa felicidad. Seremos libres en compañía y
nos daremos la mano como hasta el momento lo hemos hecho, respetándonos en cada
momento, admirando nuestros logros y siendo apoyo en el fracaso.
Seguiré
procurando no perder los detalles, porque si algo tengo claro es que nada, ni
nadie se puede dar por sentado. Que el amor se alimenta y se fortalece de lo
bueno, haciendo que lo no tan bueno, sea más llevadero de sortear. Siempre y
cuando eso no tan bueno no sea igual a violencia.
Estaré siendo
ingenua? Quizá.
Pero mi
historia me ha enseñado que el amor bonito existe más allá de las imposiciones
sociales que asocian el martirio con el amor verdadero.
Que quien
te ama, ama el paquete completo, tu libertad, tus aspiraciones, tus sueños, que
no pretende cambiarte o ponerte límites para moverte, porque sabe que eso te
pertenece a ti.
Se pueden
superar los mandatos sociales y familiares, se pueden tener matrimonios sanos,
estables, con admiración y respeto. El matrimonio no tiene porqué ser una cárcel
en la cual se muere el amor, la pasión y tu esencia.
El matrimonio
puede ser todo lo contrario, pero depende de cada uno no pretender que el otro,
entre a la cárcel que los distorsionados mandatos sociales han construido.
De los que quieren amores como los de los perros
https://jcarolinab.blogspot.com/2019/09/de-los-que-quieren-amores-como-los-de.html
No somos personas con hijos que se divorcian
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No te debo las gracias
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No nos enseñaron a dejar ir
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