Por: Johanna Carolina Bula
Se nos suele convenientemente olvidar que el 31 de diciembre no es un final mágico, ni un evento tan poderoso que pueda cambiar el curso de los acontecimientos por sí solo. Tampoco es la única fecha del año en la cual se pueda decidir un cambio o decir un ¡nunca más!
Sin
embargo, nos aferramos a esta fecha como si de ella dependiera la mejora de
nuestra vida; Nos aferramos con una dosis de optimismo e ingenuidad, que nos da
para todo: desde usar calzones amarillos al revés, bañarnos en lentejas, que siguen
apareciendo durante todo el año desde los lugares menos esperados; también para
embutirnos doce uvas en tiempo récord y gracias demos que la mayoría no se ha
ahogado en esa maratón frugal mística, que lo que si nos ha dejado son deseos
sin cumplirse que se van acomodando en la memoria en forma de sueños
frustrados; nos da para correr con maletas como maratonistas de anhelos de
conocer tierras nuevas, de cambiar de ambiente, a pesar de tener claro que a
veces ni viajando se olvida, ni se deja atrás.
Es
la magia, lo que nos queda de esperanza, la costumbre o las ganas de pasar un
buen rato, de recordar momentos en que la vida no pesaba tanto. La ilusión de
que vendrán tiempos mejores y con ellos vivencias alegres, como si la vida fuera
menos si trae sinsabores, tristezas o luchas. La constante búsqueda de la
eterna felicidad que nos consume en oraciones o rituales.
La
vida tiene encantos y desencantos, también cambiamos cada tanto y es
maravilloso conocerte y reconocerte en cada temporada y nada llega antes. A los veinte las rodillas no me dolían, no
puedo decir lo mismo cuando los cuarenta me están haciendo ojitos. Pero a los
veinte tampoco sabía lo que hoy sé y lo segura que estoy de que lo único seguro
es la muerte, de todo lo demás podemos esperar cambios.
Se
cierra el año como ciclo de tiempo que se vence, traen las campanas, los agüeros
y la champaña una pizca de magia y esperanza. Las ganas de vivir la tradición y
la necesidad de tradiciones nuevas, porque, así como se actualiza el calendario,
así es necesario actualizarse por dentro. Si no es el 31 de diciembre, que sea
cualquier día de cualquier mes, porque los cambios empiezan no por magia, sino cuando
lo que ya no quieres, se hace insostenible. O cuando no se está en disposición
de aplazar lo que se desea.
Feliz
año nuevo, a ti, a tu nueva versión, a tu actual yo que aun no está listo, a tu
versión terminada; a la versión que quieres ser; al sueño hecho realidad, a la
realidad soñada. Feliz año a las batallas ganadas y a las que se encuentran en
desarrollo. Bienvenido jueves 1 de enero de 2026. Un inicio en medio del
transcurso normal de una semana. Al final simbólico de lo que ya no quieres o
no se puede. A la vida que no cambia, pero a veces sí.

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