Por: Johanna Carolina Bula
Érase una vez en un país muy muy muy lejano, tan lejano que diera la
impresión de ser todos los lugares al mismo tiempo, había un principito que no
tenía ni reino, ni riqueza, que carecía de autoridad y eso lo usaba como
justificación para tratar mal a todos a su alrededor.
Es tan tosco y brusco que su sola presencia logra incomodar.
Este principito tan peculiar y común, existe en todos los micro mundos y aunque su cara, profesión, posición cambie, puedes identificarlo porque más que un ser es una forma de ser. De ese tipo de forma de ser que no merecen ser ejemplo, a menos claro está, que sea ese ejemplo que no se debe seguir.
El principito grita para ser escuchado, porque carece de acciones que
hablen por él;
Recurre a infundir terror, porque sus habilidades sociales y personales no
han sido áreas en las que haya querido trabajar y porque pareciera gozar ser
despreciado.
El principito se roba el crédito por el trabajo de los demás, porque no es más que un charlatán con el único talento de “parecer ser”, pero que no es nadie.
El principito desconoce a propósito el buen trato, porque se considera el único
merecedor de la consideración ajena
El principito reina sobre un reino sin súbditos y ejerce un falso dominio sobre territorios que no le pertenecen; con ínfulas de rey soberano, el principito dicta y manda lo que nadie obedece.
El principito da lecciones de vida, que no ha vivido y que tampoco pone en práctica; cree saberlo todo y se siente con el derecho de juzgar desde un pedestal de humo, porque virtudes no tiene.
Fin
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