El principito

Por: Johanna Carolina Bula 

Érase una vez en un país muy muy muy lejano, tan lejano que diera la impresión de ser todos los lugares al mismo tiempo, había un principito que no tenía ni reino, ni riqueza, que carecía de autoridad y eso lo usaba como justificación para tratar mal a todos a su alrededor.

Es tan tosco y brusco que su sola presencia logra incomodar.

Este principito tan peculiar y común, existe en todos los micro mundos y aunque su cara, profesión, posición cambie, puedes identificarlo porque más que un ser es una forma de ser. De ese tipo de forma de ser que no merecen ser ejemplo, a menos claro está, que sea ese ejemplo que no se debe seguir.

El principito grita para ser escuchado, porque carece de acciones que hablen por él;

Recurre a infundir terror, porque sus habilidades sociales y personales no han sido áreas en las que haya querido trabajar y porque pareciera gozar ser despreciado.

 

El principito se roba el crédito por el trabajo de los demás, porque no es más que un charlatán con el único talento de “parecer ser”, pero que no es nadie.

El principito desconoce a propósito el buen trato, porque se considera el único merecedor de la consideración ajena

El principito reina sobre un reino sin súbditos y ejerce un falso dominio sobre territorios que no le pertenecen; con ínfulas de rey soberano, el principito dicta y manda lo que nadie obedece.

 El principito cree que está por encima de todo y todos, haciendo gala de un egocentrismo con el cual intenta disimular su baja autoestima y sus inexistentes capacidades y virtudes; situación que lo conduce a minimizar a los demás, porque es la única manera que tiene de sentirse grande. Una grandeza que es imaginaria, pero que le da una especie de retorcido consuelo.

 El principito es un solitario que se rodea de mucha gente, que ni tan en el fondo, más bien muy evidentemente lo desprecian, porque saben que no merecen recibir los tratos que este ofrece y tampoco merecen ser menospreciados en sus aportes, capacidades y talentos.

 El principito no es nadie, solo es para el mismo; ejerciendo su falso dominio, ostentando un falso poder, el principito es tantas personas al mismo tiempo con singularidades y el mismo a pesar de tener tantas caras.

El principito da lecciones de vida, que no ha vivido y que tampoco pone en práctica; cree saberlo todo y se siente con el derecho de juzgar desde un pedestal de humo, porque virtudes no tiene.

 Es el mal ejemplo en todo, pero llega a lugares que le permiten afirmarse en su verdad, esa que solo existe para él y que dicho sea de paso es terriblemente desastrosa.

 Y como todo lo que empieza con un “érase una vez” debe tener un fin, así como los principitos y sus infames historias, su fin abarca lo que con tanto empeño sembraron: ser el recuerdo incomodo y arrastrar el lastre de haber sido una mala persona.

 

Fin

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