Yo debí saber que no era normal
No sé por qué todavía, a estas alturas del partido, me
encuentro a mí misma sorprendida por mi incapacidad para encajar, eso ya lo
debería haber interiorizado, como para que no me afecte.
Debí saberlo desde pequeña, inconscientemente elegí no
prestarle atención, es que la comodidad de la ignorancia es parecida a la de la
pijama vieja.
Ya decía yo, que no era normal disfrutar los jugos, la sopa a cualquier hora
y que en vez de llorar para no comer ensalada, me regañaban porque me la comía
toda, porque en una niña, normal, normal, así que uno diga normal, no es.
Lo preocupante del asunto, es que prefiero hacerme la loca,
cuestionarme a mí misma, pelear a puño limpio con el espejo y cuestionarme
repetida e innecesariamente qué tanto daño me hizo caerme de chiquita.
Después de interrogar a varios médicos (tampoco es que me
haya dado tranquilidad, porque resulta que si fuera consecuencia de algo y no
de mí, estaría tranquila, uno de los placeres más grandes en el mundo, es
endosar responsabilidad en otros o en eventos poco afortunados), resulta que
no, que poco o nada tiene que ver ese totazo, por muy fuerte que me haya parecido.
Y sé que no soy la única que se siente rara, el problema no
es nuestra normalidad, no somos nosotros, no soy yo, el meollo del asunto está
en que toda esa vida de duros cuestionamientos ha sido vivida de la mano de la
gente equivocada, no les voy a decir malos o tóxicos, porque hay seres
maravillosos con los que compartimos y departimos, pero a la hora del té, no
nos entienden realmente, sus aplastantes buenas intenciones, son cambiarnos,
modificarnos para que encajemos en su mundo y eso nos hace sentir aún más
raros.
De lo que hemos padecido, es de una enfermedad social
bastante común, que también podría explicarse de manera holística: nuestra
necesidad de pertenecer, nos ha hecho escoger la manada equivocada, nos
rodeamos de personas que no van con nosotros, que no comparten esas aficiones,
que no tienen los mismos intereses, y para cada quien es distinto.
No hay una única manera de sentirse a gusto con uno mismo,
sólo que tal vez, encontrar a tu manada, ponga a tu disposición herramientas
nuevas con las cuales reconstruirte desde adentro; lo más grave que podría
suceder, es darte cuenta que el problema no eres tú, sino las personas de las que
habías escogido rodearte.
Algún día, con algo de suerte y de decisión podrá esta niña
rara encontrar su manada, dentro de la cual sentirse a gusto, donde sus
virtudes sean apreciadas, sus opiniones valoradas y se logre sentir plenamente
a gusto con su rareza.
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