NO TE DEBO LAS GRACIAS


Nunca he entendido la dañina costumbre de agradecerle a las personas, el daño que nos causaron, el sufrimiento que nos ocasionaron, ya estos hayan sido mediante chismes, malos tratos, cerrar puertas que eran oportunidades. 

Eso de darle méritos y créditos, como si eso fuera una especie de aporte al carácter, me resulta bastante retorcido.

Si bien hay muchas historias de personas que alcanzaron algo importante después de una situación en la que fueron despedidos o en las que alguna persona en particular les cerró la puerta o fueron maltratados o traicionados y narran orgullosos como esta mala pasada fue la que sentó las bases de su siguiente éxito, no creo que a esto se le deba tener como formula de éxito. 

El dolor no hace lo mismo en todas las personas, por eso son tan pocas las que logran algo importante después de un episodio así.

Yo no doy gracias a eso, ni a esas personas, no son merecedoras de un espacio de reconocimiento en mi historia y no lo debería ser en la de nadie. 

Lo que logramos ser y hacer después no es por la situación, son por el cambio que seamos capaces de generar en nosotros y no todos tenemos las herramientas emocionales necesarias para surgir luego de un mal episodio. 

Y esto no es debilidad, no sé porqué pretenden hacernos creer que pasar la vida recuperándonos de golpes es un estado ideal, cuando demanda tanta energía, pero al mismo tiempo, casi que se nos obliga a tener a esas personas cerca o seguir inmerso en esas dinámicas, sumadas al agradecimiento.  

Es como si les otorgaras el derecho de atribuirse un porcentaje de tus logros o de lo bueno que te pasa y no, no deberíamos dar las gracias por eso. 

Son los primeros en decir que siempre creyeron en ti y utilizaran ese relato tuyo para justificar su maldad, escudados en el bien que te siguió después y así seguirán haciéndolo con persona tras persona, tu relato no va a cambiarlos ni a generarles un remordimiento.

Jamás desaprovecharon una oportunidad para poner toneladas de rocas en tu camino ¿y encima los vas a incluir en tu historia? los haces unos ganadores y una especie de mal necesario.

Eso que te hicieron no es el secreto de lo que hayas alcanzado, eres tú a pesar de eso, a pesar de ellos, a pesar de todo.

Cuanto más ventajoso es el camino, cuando te rodean personas que ayudan, que apoyan, que creen, que respetan, que llenan de energía y que de alguna manera positiva te hicieron sentir que a pesar de la maldad el mundo no es un lugar tan malo después de todo.  

Agradezcamos a quien nos sirvió un café, nos dio un abrazo, una mano, un consejo, a esa persona que escuchó lo que teníamos que decir, a quienes nos presentaron un contacto, nos motivaron en nuestra idea, compartieron nuestros escritos, productos o servicios.

A los que en una sala, en un andén se sentaron contigo, a los que salieron a nuestro encuentro cuando la vida se nos caía a pedazos, a quienes nos hicieron bien.

Y empezaremos a ver la grandeza del bien y de quienes lo hacen, y de paso veremos cuanto les debemos, porque esas fueron las personas que hicieron de los momentos difíciles algo memorable. 

Agradecer el daño causado o el dolor infligido, no nos hace mejor persona, no nos hace piadosos, nos convierte en pendejos.

Los verdaderos héroes son los que impulsaron la meta, los que gritaron de alegría a pulmón herido cuando algo te salió bien, los que celebraron cada pequeño logro que ibas alcanzando, los que a través de sus mensajes o presencia acompañaban aportando lo mejor que cada uno podía ofrecerte. 

Esos detalles que catalogamos como insignificantes, porque el corazón y la vida dolían tanto, que no supimos verlo pero que sin esos aportes, nada hubiera podido sanar y pasar. 

No agradezcamos los insultos, ni los chismes, ni la hipocresía, ni la maldad.

De nuestros logros y éxitos, no le debemos las gracias a las personas que fueron malas con nosotros, con su actuar poco ético.

A esas personas dígale:

“De mis logros y mi éxito no te debo las gracias”.
“De lo que haya logrado a pesar de tus actos en mi contra, en eso no tienes mérito”.


Pero no les agradezca, no sigamos perpetuando la idea de que el dolor enseña.

Las malas personas no merecen un lugar en nuestra historia, ni lo malo que nos hicieron merece la pena ser contado, eso sí, quedarnos con la lección muy bien aprendida, procurando que personas y ambientes parecidos no se repitan.


Cuanto más lograríamos y lograrían los demás si el actuar ético fuera parte de nuestra cotidianidad, si apoyáramos en lugar de destruir, si no se hiciera daño a propósito. 

Las malas personas dejan traumas, dejan heridas, dejan dolor; las buenas personas aportan fuerza, apoyo, risa, bienestar y tranquilidad.

Piense en este último grupo de personas y vuelva a analizar sus peores momentos bajo esta nueva óptica y notará la diferencia.


No fue gracias a lo malo, fue gracias a lo bueno que pasó después de lo malo. 


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